LAS ESTACIONES CAUTIVAS.- Lectura (I)

LAS ESTACIONES CAUTIVAS

“No dejes de leer hoy, la hoja de ruta que te impondrán mañana”

Javier de Pilar
 
 
En esta novela, un gran enigma se resuelve con movimientos sencillos y un ritmo calculado que engancha al lector.
SAB, un pequeño pueblo aplastado por el peso del futuro, encuentra en la tozudez de su alcalde la única defensa posible. Paula busca en sus calles un tesoro literario de valor incalculable y acaba enamorada de un pésimo poeta. Un agujero en la lluvia sirve de escenario a una terrible revelación: las cuatro estaciones tienen amo y los dones de Dios han dejado de ser gratuitos.
 

Lectura I

 
Eva se cita con Máximo Garrigues.

Personajes.-

-Eva padece anorexia de ex prostituta. Después de haberse visto obligada a pasear su hambre por media Europa, sólo le interesa el dinero. Es una mujer dura e inteligente.
-Máximo Garrigues, abogado y pésimo poeta, es un hombre muy atractivo y el mejor amigo del alcalde.  

Escena.-

Máximo Garrigues acudió a su cita con Eva dispuesto a dar una respuesta contundente: él era un hombre de principios, no estaba en venta. Había guardado el encuentro en secreto, ni el alcalde ni Paula hubieran permitido que acudiese solo. Llegó al restaurante Palau Vell con antelación suficiente para verla entrar y hacerse una idea de a quién se enfrentaba. La mujer apareció puntual y caminó decidida hasta la mesa. La mayoría de hombres presentes en el comedor la siguieron con la mirada. Lucía un vestido de cóctel negro, muy ceñido en la cintura, y unos tacones altos que movía con elegancia. El abogado se sintió intimidado ante tanta hembra; por un instante, creyó que el local había encogido.
Eva pasó olímpicamente de la mano suspendida a la altura de su estómago, acercó su rostro a los labios del abogado y no lo retiró hasta que recibió un beso en cada mejilla. Máximo Garrigues notó el contacto con sus pechos, no le cupo la menor duda de que el gesto era intencionado, las chicas jamás bajaban esa barrera por descuido.
—He venido, única y exclusivamente, para dejar clara mi postura y la del ayuntamiento.
—Por supuesto, señor Garrigues, está usted en su derecho. ¿Pero no pensará negarme su amistad y una buena cena en la misma noche?
—Claro que no. ¡Camarero, por favor!
Máximo Garrigues analizó detenidamente el bello rostro de Eva, pero evitó mirarla directamente a los ojos. Había vivido situaciones parecidas y no pensaba cometer ese error.
—¿Nos tuteamos? Esta velada no tiene por qué ser desagradable.
—Por mí, perfecto -accedió Máximo, aunque hubiese preferido mantener las distancias.
—Ya sabes que represento a una gran empresa internacional. Eres un abogado brillante y hemos pensado ofrecerte un puesto en nuestra plantilla.
—Habéis pensado mal, no estoy interesado. Además, como abogado soy del montón.
Eva recibió la respuesta con una sonrisa. Aquel cachorro creía que dominaba la partida. Demasiado atractivo, demasiado pagado de sí mismo para reconocer sus propias limitaciones. Le dejó pedir la comida y escoger el vino; esas iban a ser sus únicas elecciones libres de la noche. En un tiempo récord, un camarero apareció con los primeros platos y los sirvió sin perder de vista el escote de la mujer.
—Hace años, en París, un hombre alquiló un restaurante entero para mí sola.
La mirada de Eva conducía a un precipicio del que era muy difícil escapar indemne. La exquisita ratatouille niçoise y el chateaubriand no eran suficiente refugio.
—Supongo que le sobraba el dinero y creía que merecías esa atención.
—Te equivocas, era pobre. Literalmente, arruinó su vida y la de su familia sólo para disfrutar unas horas de lo que hoy estoy dispuesta a regalarte.
Máximo Garrigues se armó de valor y buscó los ojos trampa de la mujer. La respuesta a esa invitación debía darla de frente y lo antes posible. En una milésima de segundo, el aire había quedado saturado de aroma a pecado carnal.