Semáforo de escritor
Semáforo de escritor
Soy un escritor acostumbrado a cruzar líneas rojas y a saltarme las reglas, pero me estoy quitando. Y uso el verbo “quitar” asociado al fumador con toda la intención, los vicios literarios resultan tan adictivos como la nicotina. Pongo el semáforo en marcha por si otros desean seguir mi camino.
ROJO.- Los lectores no son tontos, déjales extraer sus propias conclusiones.
Las frases hechas son como la comida enlatada, sólo se deben usar en caso de apuro. Que sí, que suenan bien. Que sí, que aparentan proceder de una mente brillante y ahorran muchas explicaciones. Ya está, ahí terminan sus virtudes y topamos con sus principales defectos: fatigan al lector y, lo que todavía es peor, piensan por él.
VERDE.- El humor es un don que sirve a dos señores: “nada” y “todo”.
Nada: hay historias que sólo buscan hacer reír en un mundo demasiado trágico y ese sencillo objetivo, por sí solo, les concede un punto de dignidad.
Todo: …y el lector ríe y ríe, y abre la boca, y baja sus defensas. En ese instante, para bien o para mal, cada gota de humor puede usarse para alimentar una verdad, una mentira, un arma, una idea que en un formato más serio fracasaría.
“Amaos los unos a los otros”, “El que se ensalce será humillado”, “a quien te abofetee la mejilla derecha, ofrécele también la otra”.
Imagino a un cónsul de Roma leyendo los Evangelios y riendo hasta descoserse la túnica: “¿mis legiones poniendo la otra mejilla, amando a los bárbaros del norte, humillándose ante un Dios invisible?”. Pobre idiota confundido, desconoce que en una gota de humor caben verdades capaces de conquistar un imperio.
No seré yo quien afirme que los textos sagrados promueven a la risa, los respeto demasiado, sólo me pongo en la piel de un cónsul romano de una época en la que el amor al prójimo, la humildad y el pacifismo sucumbían ante la espada.
El humor refresca los textos y es el Caballo de Troya perfecto para los mensajes del autor, pero no os animéis en exceso. Hacer sonreír a los lectores resulta difícil, superar lo ya dicho y escrito requiere de mucho oficio.
ROJO.- Entre la vulgaridad y el buen gusto hay un abismo – ¡ya se me ha colado otra frase enlatada!
Hablo de sexo, por supuesto. Si hacer reír para un escritor es complicado, escribir una buena escena de sexo raya lo imposible. Hacer el amor es un acto, cotidiano o no, que de puertas adentro muchos creemos dominar con soltura. El reto es plasmar “tanto conocimiento y buen hacer” en las páginas de nuestras obras.
Una escena de sexo debe ser original y creíble. Puede ser tierna o salvaje, pero la elegancia es un valor que casi siempre puntúa doble. Un autor curtido sabe crear el efecto truco de magia: exhibir poco y sugerir mucho. El cerebro del lector, hábilmente estimulado, tiende a ir más lejos de lo que seríamos capaces de arrastrarlo abusando de primeros planos.
Dicho todo lo anterior, ninguna norma es inamovible. A veces, una escena vulgar de sexo, incluso grosera, queda plenamente justificada. Me reitero, convertir lo habitual en novedoso es un reto que sólo superan los grandes maestros.
Javier de Pilar
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